A cierta edad... Enviado por Corina de Cutral Có (Neuquén)


A CIERTA EDAD


Dicen algunos, que a cierta edad… nos hacemos invisibles, que nuestro protagonismo en la escena de la vida declina, y que nos volvemos inexistentes para un mundo en el que sólo cabe el ímpetu de los años jóvenes.

Yo no sé si me habré vuelto invisible para alguien, es probable.
Pero nunca como hoy fui tan consciente de mi existencia, nunca me sentí tan protagonista de mi vida, y nunca disfruté tanto de cada momento como ahora.

Ahora sé que no soy la princesa del cuento de hadas y que no vendrá a salvarme ningún príncipe azul en su caballo blanco, porque así como soy, valgo.

Hoy me reconozco una mujer, capaz de amar.
Sé que puedo dar sin pedir, pero también sé que no tengo que hacer nada, ni dar nada que no me haga sentir bien.

Valoro más al ser Humano que sencillamente soy, con sus miserias y sus grandezas.

Descubrí que puedo permitirme no ser perfecta, tener unos cuantos defectos y debilidades, equivocarme, no responder a todas las expectativas de los demás…
Y a pesar de ello, sentirme bien.

Y por si fuera poco, saberme querida por muchas personas que me respetan y quieren por lo que soy. Sí, así, sensible, mandona y muchas veces terca. También generosa, conversadora, servicial y a veces por algún motivo, triste, porque también tengo esos momentos en que pongo mi cara larga con un aire de pensante y puede que llore.

Cuando me miro al espejo ya no busco a la que fui en el pasado, sonrío a la que soy hoy, me alegro del camino andado y disfruto lo logrado.

¡Qué bien no sentir esa ansiedad permanente que produce el correr y esperar más!

¡Qué bien! Ya aprendí a tener paciencia.

El ser humano tarda mucho en madurar.

¿O está bien así?

También hoy sé que mis amigos están en el mismo camino, y que es muy reconfortante encontrarnos con las mismas serenidades.

Nadie es responsable de mi felicidad, sólo yo, por lo tanto me la voy a proveer.

Hoy sé que el viento extiende sus brazos cuando camino por la calle. Y que sólo depende de mí sentirlo.

Sé que la vida es bella… porque lo he comprobado muchas veces.

Hoy vivo la vida así como es, bonita con sus ires y venires, con sus amores y desamores, con sus ratos de marea baja, con sus puestas de sol y amaneceres.

Hoy me doy cuenta que no soy una persona invisible.

También confirmé que, invitado o no, Dios está presente.


Para ti con cariño.

Cuenta a tus amigos que ¡¡¡TODOS SOMOS PROTAGONISTAS!!!




(Enviado por Corina de Cutral Có)

Francisco Luis Bernárdez (1900 - 1978)

La ciudad sin Laura

En la ciudad callada y sola mi voz despierta una profunda resonancia.
Mientras la noche va creciendo pronuncio un nombre y este nombre me acompaña.
La soledad es poderosa pero sucumbe ante mi voz enamorada.
No puede haber nada tan fuerte como una voz cuando esa voz es la del alma.
En el sonido con que suena siento el sonido de una música lejana.
Y en la energía remota que la mueve siento el calor de una remota llamarada.
Porque mi voz es una chispa de aquella hoguera que eterniza lo que abrasa.
Porque mi amor es una chispa de aquella hoguera que eterniza lo que abrasa.
Para poblar este desierto me basta y sobra con decir una palabra.
El dulce nombre que pronuncio para poblar este desierto es el de Laura.

Las cosas son inteligibles porque este nombre de mujer las ilumina.
Porque este nombre las arranca de las tinieblas en que estaban sumergidas.
Una por una recuperan su resplandor espiritual y resucitan.
Una por una se levantan con el candor y la belleza que tenían.
La obscuridad desaparece mientras el sueño silencioso se disipa.
Por este nombre de los nombres hasta la muerte sin palabras tiene vida.
Ya no resuena entre las cosas el gran torrente de las noches y los días.
El tiempo calla y se detiene para escuchar esta perfecta melodía.
Mi vida entera permanece porque este nombre que recuerdo no me olvida.
Porque este nombre me sostiene con emoción desde su tierna lejanía.

Cuando mi boca lo ignoraba, la soledad era más honda que el silencio.
Cuando mi boca estaba muda, mi corazón era invisible como el viento.
Se conocía que vivía por la canción que lo tenía prisionero.
Pero vivía en otro mundo; para las cosas de este mundo estaba muerto.
Le pesadumbre de las horas era más íntima que nunca en aquel tiempo.
Porque las noches eran largas; porque los días de las noches eran lentos.
La tierra estaba más obscura porque faltaban las estrellas en el cielo.
El manantial de donde brota la luz que alumbra el corazón estaba seco.
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este nombre que pronuncio en el desierto?
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este amor que me acompaña desde lejos?

Lejos está la dulce causa del corazón, de la cabeza y de la mano.
Pero su ausencia es la del río, que con la fuente que lo llora vive atado.
Nunca he sentido como ahora la vecindad de la mujer que estoy cantando.
Cuando el amor está presente no puede haber nada escondido ni lejano.
La luz del fuego que me alumbra ¿no es la que alumbra el corazón del ser amado?
La llamarada que me quema ¿no es la del fuego en que se quema sin descanso?
Aunque las leguas se interponen entre nosotros, ya no pueden separarnos.
Porque el amor que vence al tiempo no puede estar sino a cubierto del espacio.
Entre la dicha y mi existencia la diferencia que hubo ayer se va borrando.
El ser que nombro es el que, siendo, me da una vida sin dolor ni sobresalto.

Soneto
Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,

si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.

Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.

Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.
Silencio

No digas nada, no preguntes nada.
Cuando quieras hablar, quédate mudo:
que un silencio sin fin sea tu escudo
y al mismo tiempo tu perfecta espada.

No llames si la puerta está cerrada,
no llores si el dolor es más agudo,
no cantes si el camino es menos rudo,
no interrogues sino con la mirada.

Y en la calma profunda y transparente
que poco a poco y silenciosamente
inundará tu pecho de este modo,

sentirás el latido enamorado
con que tu corazón recuperado
te irá diciendo todo, todo, todo.

ESTAR ENAMORADO

Es encontrar el nombre justo de la vida.
Es dar al fin con la palabra que para hacer frente
a la muerte se precisa.
Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel en
que el alma está cautiva.
Es levantarse de la tierra con una fuerza que
reclama desde arriba.
Es respirar el ancho viento que por encima de la
carne se respira.
Es contemplar desde la cumbre de la persona la
razón de las heridas.
Es advertir en unos ojos una mirada verdadera que
nos mira.
Es escuchar en una boca la propia voz
profundamente repetida.
Es sorprender en unas manos ese calor de la
perfecta compañía.
Es sospechar que, para siempre, la soledad de
nuestra sombra está vencida.
Estar enamorado, amigos, es adueñarse de las
noches y los días.
Es olvidar entre los dedos emocionados la cabeza
distraída.
Es recordar a Garcilaso cuando se siente la
canción de una herrería.
Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las
primeras golondrinas.
Es ver la estrella de la tarde por la ventana de
una casa campesina.
Es contemplar el tren que pasa por la montaña con
las luces encendidas.
Es comprender perfectamente que no hay fronteras
entre el sueño y la vigilia.
Es ignorar en qué consiste la diferencia entre
pena y alegría.
Es escuchar a medianoche la vagabunda confesión de
la llovizna.
Es divisar en las tinieblas del corazón una
pequeña lucecita.

Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y
tiempo con dulzura.
Es despertarse en la mañana con el secreto de las
flores y las frutas.
Es liberarse de sí mismo y estar unido con las
otras criaturas.
Es no saber si son ajenas o si son propias las
lejanas amarguras.
Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del
torrente de la angustia.
Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo
compartir su noche oscura.
Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía
sea luna.
Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser
hombre es menos dura.
Es empezar a decir siempre y en adelante no volver
a decir nunca.
Es estar seguro de tener las manos puras.

Francisco Luis Bernárdez
(1900 - 1978)
Poeta argentino, nacido en Buenos Aires.
Vivió en España de 1920 hasta 1924, donde leía a los poetas modernistas que lo influenciaron en sus primeros libros, y también trabajo como periodista en Vigo.

Cuando volvió de España se unió al grupo Martín Fierro, que cumplía una parte importante en la literaria y estética renovación de la literatura argentina.

Luego trabajo en el diario La Nación, y la revista Criterio. En 1937 fue nombrado Secretario Público de la Biblioteca, y en 1944, Director General de la Cultura Intelectual de la Justicia y Ministro de Procedimientos Públicos. Cuatro años más tarde ingresó a la Academia Argentina de Letras. Finalmente, fue incorporado al servicio extranjero de Argentina, como embajador en Madrid, hasta 1960.

Sus primeros trabajos fueron Orto (1922) y Bazar (1922), escritos siguiendo los principios del ultraísmo. Junto con Alcándara (1935), lo conectaron a la era postmodernista, pero desde la publicación de El buque (1935), trató con temas religiosos con el estilo clásico de Paul Claudel y Charles Péguy. Esta nueva fase es representada por trabajos como Cielo de tierra (1937), La ciudad sin Laura (1938), Poemas elementales (1942), Poemas de carne y hueso (1943), El ruiseñor (1945), Las estrellas (1947), El ángel de la guarda (1949), Poemas nacionales (1950), La flor (1951), Tres poemas católicos (1959), Poemas de cada día (1963) y La copa de agua (1963).

Enviado por: Corina de Cutral Có
 
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