-El sábado a la mañana tenemos un bautismo, me dijo.
-Ajá, -contesté yo-. ¿Y en dónde es?
-En la casa del padrino.
-Ajá. ¿Y se puede saber quién es el padrino?
Ella pronunció el nombre de un político muy conocido. Que había llegado muy lejos en su carrera. De hecho, había llegado todo lo lejos que se podía llegar.
Realmente no quería ir. Pero sopesando las consecuencias de mi potencial negativa, me resigné y acepté.
Luego de haber comprobado no sin cierta sorpresa que el traje que me había comprado hacía apenas un año había sufrido una inexplicable transformación consistente en alejar los botones del saco de sus correspondientes ojales, y abreviar las perneras del pantalón dejando a la vista y paciencia de todo el mundo mis tobillos, tuve que adquirir un atuendo nuevo esa misma tarde, y convencer al sastre de que necesitaba que le hiciera los pequeños arreglos de rigor en dos horas. Fue allí que aprendí que mencionar que uno debe acudir a un acontecimiento social en la Residencia Presidencial ayuda a mejorar instantáneamente la productividad de los sastres. Lo curioso es que no me exigieran prueba alguna de mis dichos. Al parecer, la gente puede mentirle a sus cónyuges o al fisco, pero si dice que tiene que ir a un bautismo en la casa del Presidente, indudablemente estará diciendo la verdad.
Al menos yo no mentía, razón por la cual el sábado aquél estuve allí con mi acompañante (en rigor de verdad, ella estuvo allí con su acompañante, que venía a ser yo) a la hora que decía la invitación con el sello oficial. Por aquellos años la Residencia estaba custodiada por el Ejército, y el soldado de la puerta nos dejó pasar sin demasiadas preguntas. Se ve que no tengo el fisique du rol de magnicida.
Hay una capilla dentro de la casa del Presidente, y allí se hizo la ceremonia religiosa. Me quedé muy atrás y no vi nada, y cuando terminó el asunto salí entre los primeros. La madre del pequeño cristianizado era periodista y parecía que había llevado a todos sus amigos, porque en el trayecto entre la capilla y el salón donde se haría la recepción me deben haber tomado unas cuatrocientas fotografías.
Una vez comenzado el cocktail, mi papel de acompañante se desdibujó, porque la mujer culpable de mi presencia en ese lugar desapareció para mezclarse entre los invitados y me dejó solo. Me convertí en lo que cualquier individuo cuya invitación es fruto del azar puede ser en una reunión en la que se siente particularmente fuera de lugar: una combinación de hombre invisible y depredador de sandwichitos. Que después de todo, al menos en parte, se habían pagado con mis impuestos. (Y también los suyos, amable lector, si es que usted reside en Argentina).
El Presidente se paseaba de aquí para allá todo sonrisas, rodeado de un enjambre de obsecuentes bastante desagradable. Me mantuve al margen dentro de lo que era posible sin despertar las sospechas de los infaltables muchachos de la custodia.
Pero en un momento yo quedé ubicado cerca de una puerta por la que el Mandatario se dispuso a salir. Y cuando pasó al lado mío, me palmeó la espalda y me dijo algo como: -Ehhhjeje.
En aquellos años yo desconocía completamente el protocolo adecuado para responderle a un Presidente que palmeándole a uno la espalda le dijera "ehhhjeje" (desconocimiento que, por otra parte, dura hasta estos días), así que hice lo que cualquier individuo decente haría cuando un desconocido le manifiesta una cordialidad injustificada, es decir lo miré y le dije : -¿Perdón?
Y el hombre que formalmente venía a ser el más poderoso del país, por un instante fugaz, se sintió más incómodo que yo. Y con un pequeño titubeo, respondió: -Eh...no, digo, que si la está pasando bien.
-Ah, sí, claro, muchas gracias-dije a mi vez mientras los gorilas de la custodia empezaban a memorizar mi rostro. El hombre siguió su camino y calculo que los dos nos sentimos un poco aliviados de que así fuera.
Un caballero rubicundo de porte muy distinguido (de notable parecido físico con Marcos Mundstock, de Les Luthiers) que había estado observando la escena a pocos pasos se me acercó riendo, y me dijo en un español con un suave acento que no llegué a identificar: -Veo que usted no es de los que se impresionan.
-Bueno. -dije yo- es que él no es realmente impresionante. Y en verdad no lo era. No en persona. Si le quitaban los atributos de su investidura y el aura inevitable del poder, podía pasar perfectamente por un tío medio pintoresco que venía del interior. Bueno, quién sabe, a lo mejor ahí residía su atractivo.
Mientras hablaba con el caballero distinguido habían puesto música y algunas mujeres salieron a bailar, casi todas haciendo gala de un inexistente sentido del ridículo, pero entre ellas había una mulata de cuerpo escultural que se movía con una gracia que quien escribe tal vez podría lograr en unas treinta reencarnaciones.
-Eso sí que es impresionante- le dije a mi rubicundo interlocutor señalando discretamente a la morocha.
Y el caballero se rió otra vez, y me dijo: -Es cubana. Y es mi esposa.
Me quedé callado. Los últimos cinco minutos habían sido tal vez los más productivos de mi vida: había casi metido la pata con un Presidente, y ahora estaba completando la operación con un desconocido con aspecto de ser alguien importante. Y la custodia presidencial me seguía observando con cara de pocos amigos.
El segundo momento incómodo desapareció tan rápidamente como había llegado cuando el caballero se presentó, es decir, me dijo un nombre que no recuerdo, un apellido impronunciable y agregó su ocupación al final. Era el Embajador de Suecia.
Yo me presenté diciendo: -Bugman. Sinceramente no sé que estoy haciendo aquí.
Y el Señor Embajador de Suecia se rió fuerte, sinceramente, con alegría.
Y en ese momento fue el único amigo que tuve.
El resto de la reunión transcurrió sin sobresaltos, el Embajador y yo nos presentamos mutuamente nuestras parejas, charlamos y nos despedimos con la promesa de una cena en la Embajada. (Desgraciadamente, pocos días después nuestro amigo sueco fue trasladado a no se donde y nunca lo volví a ver).
Quedaron como recuerdo de ese bautismo algunas fotografías que salieron publicadas en una revista que ya no existe, yo estaba en algunas con un epígrafe que contenía mi nombre mal escrito. También me enviaron una que no fue publicada. En ella pueden verse a mi pareja de entonces, al Presidente y a mí. Él y yo teníamos pelo.
Cómo pasa el tiempo.
Buenas noches.
Autor: BUGMAN
Nací a muy temprana edad. Ahora aquí me ven. (Lo que sucedió entretanto no viene al caso).
¡¡GRACIAS BUGMAN!!