Del origen del universo, la equidistancia en el tiempo y el espacio y otros descubrimientos, por El Descubridor Alberto Juárez


Me interesé en el tema, estando en Buenos Aires, una lluviosa tarde de domingo, del mes de agosto, del año dos mil dos. La cuestión no es nada sencilla de entender y mucho menos de explicar.

Así, que no me quedó, más camino, que comenzar por el principio, profundizando los elementales conocimientos que poseo sobre la física cuántica. Revisé dos mil setecientos cuarenta y tres textos sobre el tema, sin lograr encontrar ni una sola de las respuestas que ansiosamente buscaba.

Recorrí el resto de las bibliotecas y librerías de esta gran ciudad y finalmente, en un estante de la Biblioteca Nacional del S.U.P.C.A (Sindicato Único de Pintores y Chapistas Argentinos), me topé con una copia de la tercera edición en alemán del “Tratado de Astronomía” de Galileo”.

Por unas horas, mientras duró mi frenética lectura, albergué alguna esperanza. Pero manos anónimas, alentadas por los tribunales de la Santa Inquisición, seguramente habían arrancado y quemado, la página siete mil setecientos veintidós, reemplazándola por una tapa de la Revista Gente de septiembre mil novecientos ochenta y ocho.

El resto del libro, no me arrojó ninguna respuesta, probablemente porque yo no entiendo nada de alemán.

¿Qué hacer? … ¿Cómo despejar mis dudas?… ¿A quién recurrir? …

Finalmente, decidí bucear en mi interior y meditar una respuesta, hundiéndome junto con mis dudas, en el ostracismo más profundo…

Pasaron los días y ni siquiera, la paciente contemplación, de la imágen de Sai Baba que colgaba de la pared de mi claustro, me inspiró la menor respuesta…

Consulté las Páginas Doradas y pude comprobar, para colmo de mis males, que ni el número telefónico de Claudio María Domínguez, ni el de Víctor Sueiro, figuraban en ella… sólo una discreta referencia, en la página de las “N” me hizo pensar en una última alternativa…

Descolgué el teléfono y llamé a la Nunciatura Apostólica en Buenos Aires.

Una voz amistosa me atendió en perfecto italiano, se podría decir que intuí, la “perfección” del idioma, porque, como me ocurre con el alemán, yo tampoco entiendo nada de italiano.

La charla, propiamente dicha, fue breve; para poder comunicarme, con mi ocasional interlocutor, tuve que valerme de mi rudimentario conocimiento de algunos dialectos Celtas, de un precario ingles y de algunas frases y expresiones muy usadas en las fábricas de quesos holandesas, para finalmente caer en la cuenta, que lo mejor sería continuar la charla en castellano, idioma, que por otra parte, tanto yo, como el obispo de Berazategui, hablamos a la perfección.

Intercambiamos saludos y nos despedimos, porque en realidad, él solo había pasado por la Nunciatura a saludar a un Presbítero amigo, hijo natural de su ex pareja y como “los años no vienen solos”, a pesar de lo comunicativo y extrovertido que se mostró conmigo, Su Eminencia, no tenía la menor idea, de por qué él había atendido el teléfono.

Con semejantes dificultades comunicacionales e idiomáticas, resulta fácil imaginar, lo difícil que me resultó solicitar y conseguir, una audiencia con Su Santidad y mucho más aún, considerando que yo no tenía el dinero suficiente para viajar a Roma.

Pero “la fe y la esperanza tienen sus recompensas”, así que oré…y oré y seguí orando, todavía un rato más…

Transcurrieron las horas y los días (en ese orden necesariamente) y finalmente, se agotó mi paciencia, mucho antes que se agotara la tercera edición del libro de La Nata, porque “ya casi no quedan giles en este país” (afirmación popular, bastante dudosa, si se analiza el resultado de las últimas elecciones Presidenciales)

Todo ese tiempo me pasé rezando, sin que pudiera constatar, a través del resultado, que alguno de mis rezos, siquiera fuera tomado en cuenta…

Aparentemente el Papa, seguía firme en su postura necesariamente dogmática, de no permitirme hacerle una llamada de cobro revertido.

Así que al duodécimo día de oración, decidí cambiar el método y enviar un e-mail directamente al Papa.

Hasta hoy, ningún alto dignatario, se dignó responderme, resulta evidente, que mientras Lita de Lazari y otros fundamentalistas católicos, continúen al frente de las instituciones que defienden a los consumidores, mis quejas sobre la calidad de “atención al cliente” en la Tierra , que he realizado al número 0800-PARAISO, no serán tomadas en cuenta para nada.

Así las cosas y sin poder recuperar, la página siete mil setecientos veintidós de la tercera edición en alemán del “Tratado de Astronomía” de Galileo, me decidí por arreglármelas solo… y me llevé al baño, la tapa de la revista Gente, ilustrada con la hermosa fotografía de una señorita artísticamente inyectada con siete metros cúbicos de siliconas.

Cansado de tanto vapuleo, me armé de paciencia, papel, lápiz y una vieja escuadra, desechando el compás, por considerarlo extremadamente peligroso y me puse a trazar ángulos, diagonales y bisectrices, apliqué todos mis conocimientos de trigonometría y trabajé concienzudamente durante aproximadamente quinientas veintiséis horas y media…

Cuando por fin encontré “La Verdad”, no salí de la bañadera gritando la helénica palabra, con marca de tinta china, en gran parte, para no hacerle más propaganda, a un producto que ya no se fabrica y en otra gran parte, porque cuando produje el hallazgo, no estaba en la bañadera, sino en el escritorio.

Así, que así nomás, simplemente y en forma mucho más castiza, grité: LO ENCONTRE!!! LO ENCONTRE!!!, que es lo mismo que decir Eureka!!! pero suena mucho menos jactancioso y salí de mi casa corriendo a comunicar a los cuatro vientos la buena nueva. Y desde ya, que lo hice vestido, existen cosas, como correr desnudo y gritando, que en la Plaza de Flores, se castigan mucho, pero mucho más severamente, que en la Acrópolis de Atenas.

Después de tanta penuria, después de tanta erudita investigación, después de todas esas horas de cálculo matemático, llegué a dos conclusiones irrefutables:

1) Que el Universo existe, existe, pero cómo y quién lo creó, es ya objeto de demasiadas controversias, como para agregar otra más, de dudosa legitimidad y para colmo, elaborada por un personaje totalmente carente de reputación científica.

2) Que dos puntos ubicados sobre una misma recta, se encuentran “entre sí” a la misma exacta distancia, es el otro de mis descubrimientos. Este último, como la radiación nuclear, “si” que tiene más de una aplicación práctica. Como ejemplo citaré sólo una de ellas:

El punto (2) de mi descubrimiento demuestra palmariamente, que entre Roma y Buenos Aires existe la mismísima distancia que entre Buenos Aires y Roma y lo mismo ocurre, crease o no, entre Buenos Aires y cualquier ciudad del mundo.

Imagínese el lector, los beneficios que mi descubrimiento, le aportará a las compañías de aeronavegación, que ahora, podrán calcular los costos de ida y vuelta en forma correcta, es decir, que podrán entonces simplificar sus tarifas, cobrando lo mismo un pasaje de Madrid a Buenos Aires que de Buenos Aires a Madrid.

Pero mi trabajo, como descubridor, no termina aquí, como les suele pasar a los científicos y filósofos de mayor renombre, al verme confrontado con una verdad científica por demás contundente… me surgieron cientos de nuevos interrogantes. Por ejemplo:

¿Por qué no viaja mi novia a visitarme a mi, en vez de tener que viajar siempre yo, si la distancia que nos separa es idéntica?… en fin, poco a poco este tipo de dudas colaterales fueron cediendo sólo aplicando mi experiencia y no me refiero exactamente a mi experiencia con las mujeres, sino a una gran cantidad de dichos populares que conozco gracias a mi abuelo y que resultan por demás prácticos, a la hora de buscarle una explicación a las más diversas contingencias de la vida.

Los dichos populares, son como un atajo, en el camino a la sabiduría, nos dan respuestas simples, a profundos secretos existenciales, sin su ayuda, para descubrir y entender estos misterios, perderíamos muchísimo más tiempo en la vida y correríamos el riesgo de quedarnos, sin el que si o si, necesitamos para poder hacer las colas.

Digamos, para ilustrar con un caso concreto al lector, que el dilema de la distancia y la comodidad, analizada desde la perspectiva del interés sexual de una pareja “standard” y sin tomar en cuenta complicados balances hormonales, resulta relativamente sencillo de resolver, aplicando como axioma, aquel refrán que hace referencia directa a la tracción comparada entre el bello púbico femenino y a la dupla de bestias de carga.

Si alguien quiere corroborar mi segunda teoría, le aconsejo que se limite a aplicar el último de mis métodos de investigación, me refiero al del lápiz, la regla y el papel… el otro, el de las bibliotecas, es demasiado largo como para recomendárselo incluso a Bioy Casares y solo comparable, en complejidad de interpretación, al manual de instrucciones del último martillo importado que compré.

Y no es que mi mente sea dispersa, pero no se que hubiera sido de esos redactores, (los de folletos instructivos) si el ser humano hubiera sido menos fanfarrón, en sus orígenes y los tristes y confusos sucesos de Babel, no hubieran ocurrido. “No hay mal que por bien no venga” hubiera dicho mi abuelo. Y es cierto, gracias a semejante despelote, que se armó hace miles de años, hoy un puñado de personas no engrosa las listas de desocupados.

Si necesita alguna ayuda para la interpretación más minuciosa de mis teorías puede comunicarse conmigo a mi casa, eso si, siempre y cuando me hable en castellano. El horario o el día, no tienen ninguna importancia, ya que, “como la fe es lo último que se pierde”, no pienso moverme de aquí. Sería una desconsideración muy grande no estar en casa, cuando el ex obispo de Cracovia, es decir, el mismísimo Papa, llame a mi puerta.

Escrito por el Descubridor, desde Buenos Aires, para Ninguna Cadena.


 
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